Si el café de la mañana pierde su calor,
y las flores del jardín olvidan su olor,
Dunia, te juro amor desde el primer temblor,
desde el “buenos días” hasta el último resplandor.
Tus labios son refugio tras el día cansado,
tus ojos, el silencio que calma mi pecado.
No soy yo sin tu risa en el hogar cerrado,
ni sin tu mano que busca mi pulso callado.
Eres el té que cura cuando el mundo lastima,
la canción que tarareamos bajo la misma cima.
En tu pelo enredado guardo mi poesía,
y en tu espalda desnuda escribo mi melodía.
Te amaré con el peso de facturas vencidas,
con la paciencia del pan que en horno anida.
Seré el mapa fiel que guía tus heridas,
el “yo también” que calma tus noches perdidas.
Y si la vejez roba memorias y cadencias,
guardaré en cada arruga nuestra experiencia.
Dunia, serás mi “siempre” sin falsas apariencias,
el amor que se inventa, sin miedo ni ausencia.