Jugábamos a ser otros.
Robin Hood con una vara seca,
Guillermo Tell con piedras
y una fe que apuntaba sin arco.
Éramos héroes…
porque ser nosotros
no bastaba.
En la finca
la tierra tenía secretos
y los muros no eran barreras,
eran castillos, fortalezas,
escondites de una infancia
que no quería ser descubierta.
Corríamos más que el miedo,
saltábamos como si el suelo doliera,
y cada día era un capítulo nuevo
donde el hambre y la ausencia
no tenían líneas de diálogo.
Un día una chiva me tumbó,
pero el dolor no fue
lo que más me dolió.
Lo que dolía era
volver a ser yo,
cuando el juego terminaba
y la realidad no pedía permiso.
Jugábamos a ser otros…
y quizás aún lo hacemos,
pero ahora con otros nombres,
otras máscaras,
otras heridas bien peinadas.