Carlos Baldelomar

EN PRIMAVERA

a Estelia Miranda

En este lugar donde el tiempo  

se derrite en tazas de silencio,  

hay una mujer  

cuyos ojos almendrados  

—dos atardeceres en fuga—  

me sirven el hambre que no está a la carta.

 

Señor (si existes entre las tejas de barro  

y los muros de adobe):  

que ella sospeche que no vengo  

por el pan ni por el vino,  

sino por el incendio de su mirada,  

esa geografía de sombras y torbellinos 

donde naufragan mis palabras.  

 

Que un domingo cualquiera, 

entre el trajín de los platos  

y el clic de las monedas en el mostrador,  

ella descifre que mis pedidos  

—\"¿algo más?\", \"la cuenta, por favor\"—  

son los mensajes en una botella de un náufrago  

que quiere decirle  

\"aquí estoy\"  

con la voz que le han robado los miedos.  

 

Que este refugio silencioso,

donde la primavera se mece con el vaivén de su manos,

no sea solo un escenario lleno de ausencias,  

sino el surco donde brote,  

entre saludos y despedidas,  

la semilla de un \"¿te puedo conocer?\"  

que hoy

se ahoga en esta taza solitaria.