Mueve la tierra, mueve las rocas huecas.
Sacude todos los sacos huesudos y las carnes imberbes, todavía rojizas.
Alienta al polvo en suspensión.
Los desacatos del tiempo.
Arrima los atardeceres, las ganas de marchar.
Vuelve a este hueco, a esta cueva triste por la falta de pétalos.
Arrímate, balancea mis aguas en empeño.
Una y otra vez, ten fe.
Lánzate al vacío, ronda las manos.
Llora mis gotas atrancadas, muros de invierno.
Me marcho, me evito. Voy hacia el río o el mar. Aquella penumbra sin miedos. La pausa.
He huido tras veredas estrechas donde nadie me vea, hechas para olvidar.