Pablo Alfonso

No sólo duelen los golpes

Hay cicatrices  

que no sangran.  

Se agazapan  

bajo la piel tibia,  

se mudan al hueco  

donde un niño  

debería guardar su risa.

 

Hay palabras  

que se clavan  

como cuchillos flacos,  

que no hacen ruido  

pero desgarran.

 

“No servís para nada”  

“sos una carga”  

“ojalá no hubieras nacido”  

gimen como astillas invisibles,  

se alojan en los huesos  

y los doblan.

 

Y ahí queda —  

el niño—  

con los ojos encharcados de miedo,  

respirando la vergüenza  

como si fuera su única patria.

 

No solo duelen los golpes:  

duelen las ausencias,  

duelen los gritos  

que no dicen nada  

pero pesan toneladas,  

duelen las miradas vacías,  

el abrazo que no llega,  

el amor que se escurre  

como agua sucia por las rendijas.

 

¿Quién responde por esas heridas  

que no dejan moretones,  

pero matan igual?