Miradas que son como espinas
que se clavan en mi cuerpo
al saber que estas tan lejos
al mirarte tan ajena
cuando abro al fin los ojos
y las palabras nunca encuentro
pero quedo congelado
en la tumba del recuerdo
frio sepulcro construido
con la indiferencia de tu vida
que al saber que estoy adentro
de tus labios no condigo
al menos una plegaria
por el descanso de mi alma
solo obtengo el cruel silencio
de tu amor y tus miradas.
Quedo entonces condenado
al suplicio de tu usencia
pues aunque tu andas cerca
mis caminos siempre evitas
y caminas por los rumbos
más lejanos a mi tumba
como si evitaras el recuerdo
del que abajo yace herido.
¡Mátame!... de una vez y así termina
con esta agonía eterna
no permitas que mi alma pene
por los siglos del olvido
no hagas a mi corazón ahora
que se desangre como lo hace
tan eterna y lentamente
con la daga sigilosa de no verte.
Lleva a mi lapida unas flores
rosas como las que te llevaba
como esas que siempre fuiste
en el bello jardín de mi mirada
déjalas sobre el frio granito
donde versa mi epitafio
“aquí hay un corazón herido
que no encuentra por amor,
por fin el anhelado descanso”.