Que sabio es el lamento que no surca los mares
o el eco que es murmullo en un cuarto vacío,
por eso aunque no cura el tiempo ya mis males
aún estando muerto sentiré que respiro.
Es por mí de quien hablo, quien habla mi conciencia,
y al amor me le arrimo sin gritar mi pecado
pues la llama más pura –es la que poco incendia-
y el recuerdo que hiere es el que no se ha ido.
Aprendí que las cosas están en el camino
ardorosas, sedientas, implacables, mortales,
es perfecta coartada que la vida impone
para pagar un precio que pugna en los pesares.
A mis amigas y amigos les dejo mi demencia
esta costumbre de escribir mis andanzas;
donde expongo mi vida como una llamarada
tras de un espejo turbio que nada les refleja.
A mis hijos, los tuve y aún sigo teniendo
quizás no soy ejemplo (empaño su camino)
pero el hombre que escribe jamás frunce su ceño
y ante el tropiezo mismo no se da por vencido.
Pero encontré el amor y sin ambages digo
-qué le debo al destino- que me orilló a sus brazos…
así cubro el destierro de mi pasado ambiguo
que merecido tiene que hoy le dé el olvido;
que sabio es el lamento que no surca los mares
o el eco que es murmullo en un cuarto vacío,
por eso aunque no quiera son tristes vaguedades
cicatrices quizás (que marcan mi destino)