Alice des Heures

Vencido, vencedor o airoso.

He centrifugado tus palabras,
para que no se mezclaran los colores
con los blancos y haciendo eso
se me ha descolorido la sonrisa.
He adulterado mis principios,
por recoger tu desorden
con mis oídos y cuando
ya nada queda
que oír, ni añadir…
Te atreves, con inocente
tono a calificar mis gestos
últimos, a maltratar con mofa
todo aquello en lo que creo.
No es que duelan tus palabras,
que lo hacen a menudo,
lo que cala más amargamente
es saberte encogido,
saturado y vapuleado
por la novedad que resulta ser
que el corazón haga extraños
sonidos y se encoja y pegue alaridos.
Resulta para ti nuevo a tus años,
desbordarse, encogerse el aliento,
sentir que no hay aire,
sigues buscando respuestas
en el mismo pozo del que manan
tus preguntas y tus dilemas,
sigues, a tu modo, sin saber
que no hay nada que entender,
solo queda pasarlo,
dejar que caigan por maduras
las cosechas y rezar
para que antes, no caigan
piedras heladas de los cielos,
ni arrasen las plagas tardías.
 
Ya no sé de que modo
ni con que arte decirte,
que todo es tiempo,
que sin ser lo que quisiera
te sigo escuchando,
aunque tus descalabros
me abran brechas nuevas
en mis antiguas heridas.
No sé que daría
por abrazarte largamente
hasta desgastar tus dudas
razonables y tus miedos
párvulos e innecesarios,
hasta cesar la angustia,
recobrar el calor y la sonrisa.
Ya no sabes lo que antes
era más que evidente.
En la guerra de tus instintos
yo soy la bandera y el objetivo,
en cambio has vendido
todos tus cañones y ahora usas piedras
en vez de herramientas.
Ya no te entiendo, ya no te veo
ni te encuentro por ningún lado.
Tengo el frío agarrado y el alma amartilla
la espoleta de mi silencio.
El silencio en el que recojo
mis lagrimas y me aprovisiono de fuerzas.
El tiempo hablará por los dos,
a su manera indiscutible,
con la verdad transversal,
entonces, cada uno recogerá
lo que le parezca y configurará
una historia donde salir,
como en todo buen final,
al menos airoso.