Sergio Jacobo "el poeta irreverente"

COTIDIANO

 

 

    Hay veces que despierto, con un presentimiento que me ahoga  como una angina de pecho, son quizás los recuerdos los vómitos del tiempo, los que se juntan en la garganta como un  mal pensamiento.  Sin embargo me desperté alegre, estiré mis huesos y aventé cobijas  -la tele aún estaba prendida en una de esas películas medio eróticas hasta cierto punto cachondas-  la  apague y le baje volumen al calentador y, me recosté otro instante.  Esos son los minutos más valiosos, en espera  que retumbe y  zumbe a la vez  la alarma de mi celular a las cinco de la mañana, que aún así todavía le doy media hora para que mi cuerpo repose, descanse, qué inútil es el cuerpo cuando le damos esas pausas  -hay que levantarse empezar el día- ¡Pero hay que incorporarse! Todo lo demás son minutos no perdidos, busco ropa para salir a trabajar, hoy principalmente me tocaba traje, me rasuré y pensé en ella, la que se acoge a mi brazo y mi cintura, la que me quita el sueño; hoy (principalmente hoy) que el taller presenta la Antología de este año, espero pueda acompañarme para que mi ambrosía sea completa.

 

  Después del mal rato que pasé al ver a mi hijo Jaime  (el benjamín)   con el ojo izquierdo como de boxeador (ya noqueado) mis planes en la mañana variaron, tuve que llevarlo a la clínica  para que lo revisaran; el pediatra, sin embargo a sus 16 años ha madurado un poco,  trabaja, (ya prometió retornar al estudio) hecha desmadre, fuma y, sobre todo no deja de hacer pendejadas como la de ponerse un piercing en la ceja. Ven, no tengo mucho que explicar más claro que el agua no puede estar. Más tarde me enteraré como le fue.

 

  Pero aquí estoy en la oficina con mi labor acuestas, sin rodeos sin ambages, escogiendo  documentos para archivar en esas carpetas,  colmadas de polvo o, escuchando toser al algún compañero o la queja de alguna secretaria. Además felicitando la labor de la doméstica. En fin un día común y corriente aquí en el piso 12 de este edificio donde trabajo actualmente.

 

   MI silla acojinada de rueditas se mueve de un lado a otro, medio se desajusta el  respaldo.  Es una mañana fría. Pero igual: estoy alegre. Alegre  de que el alba no se olvidó de mi, de  que mi hijo Jorge estudia en la Universidad (que le va bien) me alegra sobre todo verle compartir con sus amigas y amigos un momento de esparcimiento como anoche. Me inundo de alegría sé que la veré hoy, principalmente hoy.

 

   Bajaré para mirar el tráfico, escucharé esos claxon que escandalizan, la gente que pasa, encenderé un cigarrillo. Y, me alegraré por el día de hoy.