Aquella nube perdida,
que se ha colgado en la cumbre,
para curar mis heridas
se tiñe de rojo intenso
al compás del sol poniente.
En este ocaso divino
la tarde invita al paseo
caminando hacia la noche.
Y a mí la noche me hechiza
con esa luz de azabache,
con esa luna creciente
que se pasea, cual niña,
que desea ser mujer.
Hasta el cielo le hace guiños
con sus millones de estrellas
que titilan temerosas
desde el teatro del mundo.
Y yo aquí, tan pequeño…
visualizo el escenario
por donde fluyen mis sueños,
que me acercan a mi Dios.