Pareces, Diosa de mezquita,
con ese cuerpo diáfano,
solo extiéndeme tu mano
y mis penas se quita.
Con ese cuerpo esbelto
y lo poco que te peinas,
pareces una reina
con ese cabello suelto.
Y es que con tanta hermosura
como loco te amaría,
y hasta mi alma te entregaría,
por lo hermosa, esbelta y pura.
Porque solo tú, Diosa humana,
cada que el sol asoma;
se siente el suave aroma,
del perfume, que tu piel exhala.
Eres rosa de armiño,
que si estuvieras en mi jardín,
te cuidaría sin fin,
con amor, esmero y cariño…
Solo Dios, en ti hizo
una belleza grácil,
que no igualan las rosas de abril,
a uno de tus bellos y encantadores rizos.
Tienes miradas seductoras
con esos ojos tan brillantes,
que parecen dos diamantes,
con los que enloqueces y enamoras.
En tu voz refinada,
tienes al trino de las aves,
y eso tu muy bien lo sabes,
aunque nunca te han dicho nada.
Son tus labios de rubí,
los más tiernos y preciados,
por los que siempre he luchado,
desde el momento en que te vi.
Dos volcanes de fuego
es lo que en tu pecho tienes,
para recostar mis sienes
y quedarme dormido luego.
Pero sería una ofensa,
porque al manchar tu blancura,
siendo tan hermosa como pura,
vendrían los Dioses en tu defensa.
Hasta alcanzar tu blancura,
voy a purificarme;
para que luego llegues amarme,
Diosa esbelta, grácil, y pura.