Doblando, arañando palpitares,
aferróse a un colorado metal
para calmar ese sucio y malsano
ruido de maquinación perfecta,
el Zaíno daba pié al triunvirato
otorgando lenta apreciación para luego
desenfrenar en un rápido diálogo
de coito ya pleno.
Respondiendo esas atroces verdades,
la Carmín casi carmesí dejaba el alma
en redoblantes suspiros tal vez alaridos,
besando un colchón y dibujando margaritas
en una dimensión ya no tan dorada..
Sin fín y muy a gusto
fueron juntos un Níveo palidecer
en un pecho desnudo..
Sosteniendo segundos y convirtiéndolos
añares, durmióse un niño
malogrando tempestades,
Zaíno, Carmín, Níveo, fué ese instante
de longevas no venéreas
mitades...