Abre el día y estás tan blanca, tan quieta,
como estancada en sueños,
que asumo tu supuesta partida.
El alba dora ya las puertas
de la memoria, su música
es elocuente clamor: trinos,
motores, lúdicas historias.
Y vos pensás que son campanas
de los templos vacíos llamando
a liturgias de nada. Aunque,
en verdad, son ecos
de recuerdos dormidos.
Vives. Te lo digo, pues
estoy viéndote correr
detrás del lienzo frágil
creado por espejos de azar.
Allí afuera, con grácil puesta,
el teatro verdad inicia su rito.
Sé que ante el todo igual
uno pretende huir, tal vez
visitar el país de los enajenados...
Pero, alma mía
no pretendas
dejar de latir. Es demasiada utopía,
ahora que sobre los tablados abre
un fantástico amanecer.