Escuché un grito agudo, un grito que se apagó en la noche.
Aún así, no me preocupé demasiado, aunque algo en el aire me transportó una angustia que no alcancé a entender en ese momento. Incluso con esa opresión en mi pecho, a esas horas avanzadas, me venció el sueño.
En el departamento contiguo los gritos y golpes no eran sucesos extraños. Se escuchaban cada tanto, sobre todo de noche, aunque a veces también a la siesta. Luego reinaba la calma, una calma aparente, un presagio tal vez, de esas trágicas tinieblas.
A la mañana siguiente un alboroto me sacudió y la verdad es que no me agradan ese tipo de despertares. Me asomé y alcancé a ver por mi ventana un móvil policial estacionado en la puerta del edificio.
Luego que me lavé y despejé la cara, abordé la calle. Me uní a la multitud que se agolpaba allí, murmurando entre sí. En ese momento vi que sacaban a mi vecino esposado y recién entonces comprendí. Escuché sus lamentos, repitiendo que la amaba, que había sido un accidente, que no había querido hacer eso, que no…
Acudieron a mi mente las imágenes que se mezclaban con ese extraño grito. Recordé que hace un mes aproximadamente, me acerqué a ella cuando vi su rostro amoratado. Entre sollozos me relató algo de su amarga vida de pareja, que su intención era alejarse de él, pero que no sabía cómo ni cuando, que él siempre regresaba con algún regalo y le decía cuanto la quería y cuanto lamentaba lo ocurrido, que además lo hacía por los niños, que no sabía cómo iba a mantenerlos sin el padre, que él finalmente la había convencido de abandonar ese puesto de secretaria en el que había trabajado hasta su primer embarazo, así podría dedicarles mas tiempo y no tendría que dejarlos a merced de desconocidos, pero luego todo había resultado diferente, que ahora no sabía qué hacer con su vida, que cuando estaba bien, él era el único que le brindaba cariño, que… Ante mi insistencia, accedió a realizar la denuncia y fuimos juntas a la comisaría más cercana. Luego, para mi desilusión, alguien me comentó que la había retirado. Intenté aproximarme a ella nuevamente, pero pude darme cuenta que me esquivaba.
Finalmente se llevaron su joven y frágil cuerpo cubierto por una manta. Ese cuerpo que había estado habitado por un alma que sentía, que amaba y sufría, pero que no supo salvarse a tiempo, entregándose a la muerte. Dos pequeños niños, que apenas habían comenzado su existencia, quedaban desamparados. Es probable que algún familiar se ocupe de ellos, aunque sus vidas quedarán marcadas para siempre. Pero para ella, ya era tarde para recibir ningún tipo de auxilio.
Nadie acudió esa noche ante su grito desgarrador, el último grito que aún retumba en mi mente.
Todos los derechos reservados para © Susy Espeche. Prohibida la venta y reproducción de esta propiedad intelectual.