Una y mil veces deshoje,
la rosa entre mis manos,
mas nunca mis manos; tuvieron la dicha
de haberte amado, sin embargo;
aún guardo tu perfume, ese dulce, calido y
enervante aroma, que me cobija en mis frias
noches, me embriaga, me seduce, me enloquece,
cual silencio que se escapa de mi soledad,
en la penumbra de estos parapados,
en descenso, aprisionando la noche
que anuncia el tormentoso deseso,
de las gotas salinas que emergen,
de mi árido desierto.