Mi árbol se ha desnudado
y Dios lo viste de invierno
con el ropaje del viento.
Mi savia es fuerte y compacta
y mis brazos se estiran
para tocar el cielo,
para mecer mis horas muertas
entre nubes de algodón,
para escribir con mi pluma
el poema inacabado de mi vida,
que en invierno renace de nuevo.
Es un ciclo urgente y necesario.
Si no puedo dar… no sé vivir.