Desnuda, antes que todo, la palabra.
Desnuda...como el acero de la espada
o como mujer sin prenda alguna.
¡Mi palabra es una mujer desnuda!
¡Mi palabra no teme una amenaza!
Mi palabra que fluye como el agua
y desenreda el tiempo y que se entrega
a la íntegra pasión de ser poema.
La palabra que inquieta y que resbala
como rocío por el cristal del alma.
La palabra que llega como el día,
ineludiblemente a la poesía.
La palabra sin duda otorga vida:
es ella el agua y las luz más límpidas,
es el directo espejo de mi alma
y su reflejo exacto, mi palabra.