Nací tímido para las miradas,
así como el alba para los campos
que lentamente resucita,
de entre las luces y sombras acariciadas.
Fui flor como la piel de las brisas,
perfumes de lo cotidiano,
de lo complicado por simple.
Mi maíz se envejeció de oro,
más por el sueño, que por el tiempo.
Tiernos brotes ,
conquistaron mis manos posteriores.
Bebí poco del brocal único
que da y quita la sed.
Mi boca fue un desierto,
mi pecho un mar sin orillas,
por lo extenso e infinito,
sin mensajes ni botellas.. solo mar.
Dormí más que la noche,
soñé tanto como el tiempo,
llene mi cuerpo de latigazos,
todos, de sus dedos.
!No es dolor lo que ahora siento!
es instinto de poema,
es silencio de corazón y latido.
Derramé la lluvia entera sobre su frente,
pulí su piedra con mis besos,
arrastre su boca hasta mi infierno.
Pudiera anclar mi velero,
a las puertas de su cuello,
pero insirieron las fraguas
que habitan en mi pecho.
Pretendí hasta la sombra de su peana
el velo que la persigue
y que a veces se unen en una,
solo a veces , en mi cama,
en mi aire limitado,
en mi estructura de “haches” dobles y “O”
aquellas que se evaporan y condensan
se persiguen traviesas sobre su cuerpo.
Se hunden en su carne
en mi muerte apetecida.
Se me hunden más profundo,
que mi propio contenido.