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EFRAÍN ANTE LA TUMBA DE MARIA. [Autor desconocido.]


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VERSIÓN 1

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 Después de larga y tormentosa ausencia

 a estos lugares de mi amor he vuelto

 y al buscar tu silueta,

 ¡oh,  María!...,

 solo amarguras sin cesar encuentro. 

 

 Soñé en lejanas y extranjeras costas

 ver el rosal que perfumó tu aliento,

 bajo la sombra que ondulante y tibia,

 formabas al pasar con tu cabello.


 Vine a contarte con mis propios labios,

 tanto que aquí en el corazón yo llevo,

 vine a traer para tu sien de arcángel

 una corona de floridos versos.

 

 Pero al llamarte mi adorada virgen

 tan solo me constesta tu recuerdo,

 que nada dice a mi dolor profundo

 porque tiene palabras de silencio.

 

Hoy aquí en el sepulcro que te guarda

bajo este claro azul del firmamento

en medio de cipreses y de sauces

junto a las casas de los pobres muertos

he vuelto al fin a visitarte y traigo

las flores que sembraste y que nacieron,

las que regamos, tú con esperanzas

y yo con ilusiones y desvelos,

con fulgores de estrellas

la de los labios rojos,

la que me amaba tanto

que la mató el amor,

mi ausencia, el llanto...

 

La amé mucho,

que amamos con delirio,

y en mi raza proscrita

por amor a los hombres

murió en la cruz bendita

vuestro hijo,

aquel mártir de Judea!

 

Soy Efraín, señor, la amada mía

al lanzar el suspiro postrimero

me dijo desde el lecho de agonía:

para el cielo te cito, allá te espero!

 

¿En donde está María....?

Está, lo dijo Dios, con las que amaron

y que fueron amadas en el mundo

con amor tan profundo

que las alas del tiempo no borraron. 


Búscala! y se feliz, ya que en el mundo

tantos años lloraste sin consuelo,

quien vivió siempre con la suerte en guerra

encontrará la paz aquí en el cielo.

 

Entró Efraín repleto de alegría,

a la feliz mansión en donde mora

la pléyade brillante de amores

que en el mundo vivirá

mientras haya poesía,

mientras palpite con ardor profundo

sensible un corazón en pecho amante.

 

Coronada de soles

envuelta en fulgentes arreboles

allí estaba Beatriz

sueño de Dante,

 la pensativa Ofelia

 con su nevada frente de camelia

 coronada de flores,

 la virgen de los últimos amores

 Atalía bella y pura,

 Leonor cuya blancura es de azahar,

 Julieta seductora

 la que al venir la aurora

 no te vayas, Romeo

 repetía, que no canta la alondra todavía,

 Graciela soñadora

 y entre todas... la pálida María!

 

 Mi amor, mi virgen cándida,

 ¿recuerdas? en la tierra me dejaste

 como santo legado

 mis cartas que de lagrimas bañaste,

 tu cabellera negra, cual las plumas

 del ave que lanzaba los graznidos

 sobre la cruz de tu sepulcro helado,

 lloré mi pena amarga y espantosa,

 mientras de monte en monte

el ave derramó su horrible canto 

y atravesé la pampa solitaria,

cuyo vasto horizonte

la noche ennegrecía con su manto.

 

Hablaron de su amor,

de aquella ausencia,

de aquel adiós sombrío,

de aquellos dulces sueños de inocencia,

de su tierna pasión en el exceso.

 

Sus bocas se juntaron al ruido de ese beso,

las arpas celestiales

pulsadas por los ángeles vibraron,

las bellas heroínas de amores inmortales

entreabrieron sus bocas purpurinas

e hicieron resonar cantos nupciales.

 

Las estrellas vertían sobre los dos

sus puros resplandores,

y al derramar su brillo confundían

con sus vivos fulgores

el fulgor de ese amor,

¡siempre radiante!

 

Mientras henchidos de amoroso anhelo

celebraban las bodas en el cielo

la novia eterna y el eterno amante.

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 Reservados todos los derechos de autor conforme a la ley vigente.

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 VERSIÓN 2

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EFRAIM ANTE LA TUMBA DE MARIA

 

Después de larga y tormentosa ausencia

a estos lugares de mi amor he vuelto,

y al buscar tu silueta ¡Oh mi María!

sólo amarguras sin cesar encuentro:

 

soñé en lejanas y extranjeras costas

ver el  rosal que perfumó tu aliento,

bajo la sombra que ondulante y tibia

formabas al pasar con tu cabello.


Vine a contarte con mis propios labios

tanto que aquí en el corazón yo llevo;

vine a traer para tu sien de arcángel

una corona de floridos versos;

pero al llamarte -mi adorada virgen –

tan sólo me contesta tu recuerdo,

que nada dice a mi dolor profundo

porque tiene palabras de silencio.


Hoy aquí en el sepulcro que te guarda,

bajo este claro azul del firmamento,

en medio de cipreses y de sauces,

junto a las casas de los pobres muertos,

he vuelto al fin a visitarte y traigo

las flores qué sembraste y que nacieron;

las que regamos, tú con esperanzas

y yo con ilusiones y desvelos.


Quise verte a mi lado acariciada

por los aromas del jardín y el huerto,

oyendo pensativa los latidos

de este mi amante corazón enfermo,

en tanto que de Juan entre los bucles

la blancura ocultabas de tus dedos,

recelosa talvez de que la luna

te robara el encanto en sus reflejos.


Pero todo fue en vano. Tu belleza

envidiaron los ángeles del cielo,

y una noche, me han dicho, se fugaron,

y aprovechando su tranquilo sueño

te llevaron en medio de las sombras

ocultándote así de los luceros;

a mí tan sólo me dejaron... crueles!

el nombre que hoy en tu sepulcro veo.

 

Busco triste las flores que perfumes

regalaban al aire en mi aposento;

las rosas del jardín se han marchitado

porque tus manos a regar no han vuelto;

Emma, mi hermana y confidente tuya,

nada sabe decir a mi tormento,

y mi padre... mi madre... lloran tanto,

sin encontrar a su dolor consuelo.

 

Si pudieras salir de tu sepulcro

y retornar a nuestra casa luego,

allí verías el horrible cambio

que hizo tu muerte en el hogar paterno;

las aves que a los dos nos despertaban

con sus notas de amor y de contento,

hoy sólo exhalan al nacer el día

suspiros y sollozos lastimeros.

 

Hoy, mí María, al recordar tu nombre

me hiere cruel y atroz remordimiento;

por todas partes amargura y pena,

dolor y frío, desengaño y tedio;

me faltan las caricias de tu mano

y cadáver es ya mi pensamiento.

 

Tan sólo me acompaña en mi tristeza

del ave negra el espantoso vuelo.


Adiós!... Oh mi María! a tu sepulcro

vendrán a visitarte con mis sueños,

mis lágrimas, mis cantos, mis suspiros,

en las noches tan frías del invierno;

y mientras sigo por el mundo, errante,

sobre la losa que te oculta dejo,

bajo la sombra de la cruz bendita,

el corazón clavado con un beso.

 

Que nunca mis plegarias interrumpan

la augusta paz de tu reposo eterno!

Aquí vendré a llorar y con mi llanto

haré nacer las flores del recuerdo;

 que mientras viva yo, dulce María,

 tendrás en tu sepulcro un jardinero,

 y después a los rayos de la luna

 verán orando a tu Efraim ya muerto.

 

 Gentil María: te veré bien pronto.

 La muerte\' puede separar dos cuerpos,

mas nunca logra distanciar dos almas

que el mismo nido del amor tuvieron.


Velando quedan tu sepulcro frío

la luna, el sol, las brisas y los vientos,

y en esperanza, mi cariño vive,

haremos nuestras bodas en el cielo.

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 ©Reservados todos los derechos del autor de Julio Roberto Galindo

 

[Tomado de: http://www.boyacacultural.com/index.php?option=com_content&view=article&id=629&Itemid=3]

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Especial agradecimiento a Nuria Madrigal, quien proporcionó la información que permitió encontrar la segunda versión y su autor.

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