“Señor, quisiera saber quién fue el loco que inventó el beso”.
Jonathan Swift
… Mientras inundo tus oquedades
tu beso inunda mi boca;
siento el todo y la nada,
lo real y lo figurado unidos
en una sola bocanada,
en una diezmillonésima fracción de un suspiro…
Me pierdo en la fe de la sinrazón,
en tu mirada y en su infinito
y también en el altar de tu cuerpo
sin querer acabo perdido.
Y recorro las dos suaves colinas
de tu inflamado pecho,
y después, a tu valle demandante desciendo
para explorar luego ese pasadizo
misterioso, profundo y deseado,
donde fluye líquido cuando yo lo acaricio
cuan nuevo Moisés con su cayado bíblico…
y justo en ese momento percibo
unos fuertes seísmos
que me transportan a un paraíso idílico.
Y entonces,
la sangre se me altera…jadeo…,
poco a poco cada vez soy menos yo
y en tu cielo me desvanezco…,
la consciencia pierdo…,
-¡perdóname mujer!-
del cuerpo ya no soy dueño,
y me siento etéreo,
frágil como el aliento…
y una constelación brota como manantial
desde todos mis adentros
para intentar apagar tus fuegos
que te están consumiendo
desde hacía ya tiempo…
…y luego,
abrazado muy fuerte contra tu pecho,
rodeado ya de silencios y de tequieros,
y enteramente a mi suerte entregado
en este mismo lecho donde ahora yago,
y sin tener que pensarlo,
dentro de ti poco a poco desaparezco.