Siento emoción y temor,
al contemplar
el escenario extenso, verde azul, misterioso,
que dadivoso me brinda
una fantástica sensación de calma,
de esa calma extraña y reconfortante,
que se consigue en soledad,
lejos del bullicio, de la vida ajetreada y trivial,
de los días de labor interminable,
de la cotidianidad aburrida.
Suaves nubes lentas transitan,
en desfile continuo y sencillo,
galanteando con su blancura.
Adiós al servilismo al reloj,
a los convencionalismos,
a los días de transitar veloz,
a los comportamientos intachables,
a la burda presencia impecable,
a sonreír sin justa razón,
a leer y leer, a pensar y pensar,
a la absurda y dolorosa utilidad humana.
Frente a mí el mar extenso,
testigo de innumerables sucesos,
de veranos e inviernos,
del galope del tiempo.
Mar de movimientos constantes,
de aguas espumosas tranquilas o turbulentas,
de aguas tibias que arrullan mi cuerpo
y me transportan,
en medio del golpear de olas y suave arena,
a un territorio de magia,
donde hacen presencia la brisa,
sonidos indescriptibles,
el reposo, la quietud, la calma,
donde es posible
la expresión autónoma y real.
POR: ANA MARIA DELGADO P.