Para qué ponerle un nombre, si todo el amor es igual,
pues ya tiene su nombre, desde que la llame “amor”.
Ella se identifica diferente en cada umbral,
y libremente puede, llevar el nombre de cualquier flor.
Yo le tengo un nombre, que lo mantengo en secreto,
pues lo inventé para que nadie se diera cuenta,
para que ella y yo lo viviéramos discreto,
y que la faz del mundo no nos llevara a la derrota.
Para qué decir su nombre, si al final de este cuento,
de un amor que fluye se da cuenta cualquiera.
Así que mejor, mi pueblo, a ustedes se lo escondo,
aunque ella se nota igual que la primavera.
Mi corazón es bueno, pero qué hacer con mi mente,
pues aun viviendo en mi cuerpo, ambas crean diferencias.
Y pensando profundo, no creo en toda la gente,
así me lo han enseñado mis propias experiencias.
Así este amor, que como ven no tiene nombre,
existe pero igual, parece que no existe.
Y ella por creer que de verdad soy su hombre,
prefiere vivir en mi silencio, feliz o quizás triste.
Prometo que este amor no tendrá nombre nunca,
pero será un amor, que tendrá el valor de una vida,
que existe dentro un cuerpo, igual que en una fruta,
o igual en una flor, que jamás se marchita.
Yo odio la tiranía de dejarla sin nombre,
la flor que no se marchita no puede ser una flor.
Pero me toca hacerlo, creyendo ser su hombre,
sabiendo que yo vivo, por la existencia de este amor.
LEOM KOLMNELA