Lo conocí después de haber visto la foto que me envió, sólo habíamos hablado a distancia desde el ordenador gracia a un encuentro casual en un chat al que entré por primera vez. Su foto lo dibujaba más atractivo de lo que lo vi a su llegada a aquel primer encuentro, eso me dio confianza para ser más natural ya que su foto me había causado temor al rechazo. Nos presentamos con dos besos y decidimos ir a tomar algo, fui yo quien escogió el lugar, un bar bastante acogedor que aquel día mostró un escenario totalmente diferente, poco apetecible por el murmullo de tanta gente agolpada en él.
la conversación fluía agradable, parecía que no fuéramos dos extraños, me sentí cómoda desde el primer momento aunque en mi pensamiento aparecía una y otra vez, la idea de no ir más allá de las palabras por la desilusión que me había causado la imagen tan distinta a la de su fotografía.
Su intención era otra, buscó la manera de huir de las miradas ajenas y sutilmente me convenció para ir a un lugar más tranquilo, en el que sólo estuviésemos los dos. No sé en que momento esa idea que recorría mi mente una y otra vez tomó un matiz distinto y me acercó al chico de la foto, viendo cada vez más parecido entre ambos.
Me dejé llevar y pasó, fue el quién dio el primer paso y puso sus labios sobre los míos, sentí en aquel momento algo que parecía olvidado en mi interior, una complicidad que ya no recordaba. Nuestros labios se acariciaban cómo si se conocieran de hacía tiempo, cómo una pareja de baile con sus pasos perfectamente acompasados sin perder en ningún momento el compás. Pasamos, largo rato juntos, dónde también estuvieron presentes las caricias y risas propias de una pareja, pero como todo llega, llegó el momento de la despedida y sentí miedo de no volverlo a ver.