Mi garganta vive embrujada,
Por el aroma del buen café
Me tomo, unos ocho al día
Y de ahí nace, mi inmaculada fe
Por este liquido y su delicia…
Miro la taza, de ella sale su aroma
Y me la llevo a la comisura de la boca,
La inclino y bebo la divina droga,
Que dicen que es el café y su aroma
Para mí el mejor elixir y para mi boca…
Vivo tres años jubilado, por enfermedad
De parkinsonismo y atrofia muscular
Mi placer sexual se marcho a la eternidad,
Las tazas de café, son mi ánimo particular…
Me deje el tabaco en el año dos mil cuatro
Y solo bebo agua, leche y mis ricos cafés
Y quizás me pase, porque tomo a destajo,
Pero me sube el ánimo, cuando pierdo la fe…
Depresiones inmensas que atormentan mi vida,
Amargado por la falta, de miles de caricias
Y escribo sin cesar del pasado, quizás sea mi salida
Y sin mis tazas de café quizás viviría, solo angustias…
¡Miro la taza
calentita y me la llevó hacia la boca y al tragar el divino café, me siento en
la gloria!
¡Solo me queda esta sutil y negra droga, el
aroma de mis cafés y esperar, a lo que “Dios” disponga!
Modesto Ruiz Martínez / viernes, 10
de diciembre de 2010