Era un día cualquiera sin nada que aludir;
la cubierta de un carro está en mi evocación.
Dos maletas, los libros y un viaje que emprender
fue la coartada justa para decir adiós,
en una iba tu ropa, tus planes de futuro,
en la otra mi vida que te entregué al partir.
Aunque no lo dijiste, vislumbré tu intención.
El corazón no falla y el mío avizoró,
se llenó de quebranto para vaticinarme
los negros nubarrones previos al colofón.
No lloré en tu presencia para no presagiar
una nueva aventura y el final de un amor
que aunque no aseguraste que sería perpetuo,
aprendí a percibirlo con genuino valor.
Te inquietaba la idea de que yo dedujera
que cobarde abjurabas mi confianza, mi fe.
Sin que yo lo pidiera capitulaste firme
que estaríamos juntos dos días cada mes.
La distancia y el tiempo no serán obstrucción,
dijiste al advertirme con la mirada triste,
y creí en tu palabra con tan grande ilusión.
Pero el jolgorio fácil y baratas caricias
te hicieron sucumbir cual novato varón.