Oprimes los quejidos del silencio
con tu risa destilada en el pecado.
Son edénicos los hoyos de tu cuerpo
Y la altiva redondez de tus manzanos.
Te descubro, mujer, como el primer hombre
con absorta fruición por lo mundano,
y eres tú la Eva de mi orbe
que me trae el placer entre sus manos.
Es deleitoso el fruto que arrancamos
con gesto mutuo de satisfacción.
Y no hay culpables, ni serpiente, ni árbol
en esta historia que no rehuye a Dios.
Así pecare por instinto eterno
bajo el influjo de tu piel lasciva,
yo te amaré, mujer, junto a los signos
de una infernal o milagrosa vida.