Lloran las gaviotas en la orilla del mar
y sus lágrimas no caen en la arena;
lloran los pescadores sobre el mar
entendiendo con razón su pena.
Ya no descansa la ola de la noche
sobre la piel húmeda de las arenas
y las rocas contienen de malas ganas
su rabia, su furia, su sal, sus grietas.
Los remolinos de caracoles azules
han volado a la boca de las estrellas
y desde allá se escucha en las tardes de verano
un coro múltiple de cantos de tristeza.
El sol se ha marchado de la playa
y en su reemplazo una sombra se queda.
La sonrisa del mar se ha derrumbado
como castillo de ilusiones pasajeras.
El mar no quería, pero recibió en sus aguas claras
a vivir, intrusas aguas de colores extranjeras;
nadie las invitó a quedarse ni a bailar
y aún así, están todas juntas y revueltas.
Lloran mis ojos en la orilla del mar
y mis lágrimas no caen en la arena.
Si nadie puede ayudarme a sanar este dolor
nadie sabrá jamás porqué nació en mí esta pena.