En este año que termina
por primera vez me enamoré de verdad,
le dije adiós a la soledad
y al amor le di la bienvenida.
En este mismo año también
es que me desenamoré
sufrí, grité, me fui y lloré
como nunca antes en la vida.
En tantos meses aprendí
a valorar a los amigos,
a respetar a los enemigos
y a cuestionar lo que creí.
Aprendí a desterrar
los prejuicios anticipados,
a luchar por lo amado
y a discernir lo que sentí.
En este tiempo he descubierto
que no está muerto quien pelea,
que a veces por paz hay que hacer guerra
y que no existe ningún experto.
Que las flores se visten más hermoso
que cualquiera en este mundo
y que no debo equivocar el rumbo
inventándome ilusos pretextos.
En este año volví a entender
que lo más importante es la familia,
que es la única que verdaderamente te cuida
y a la que siempre se puede volver.
También que al fin y al cabo
sólo hay alguien que nunca nos abandona,
y aunque silencioso se esconda
es Dios, y lo puedo ver.
Y una gran lección de vida:
que las personas no son nuestras
y aunque aceptarlo me cuesta
me resigno a SU sabiduría.
Que no está nada dicho,
y a veces lo impensado
se vuelve inesperado
y transforma nuestros días.
Tantas cosas me enseñó
el dolor de este año,
el amor y el desengaño
que casi me destruyó.
Pero también la alegría
de que cada mañana es una nueva oportunidad,
una aventura por encarar,
un regalo que se nos dio.
Por eso no necesito esperar una fecha
para volver a empezar,
tan sólo mañana al despertar
acortaré más la brecha
Esa entre mis deseos y la realidad,
la de ser feliz con quienes amo,
ser mejor y tender la mano
hasta el día en que Dios, me apague la mecha.