Las trompetas de fuego anunciaban
al Ángel de las bondades que bajaba a consolar.
Era el glorioso guardián de los fieles rezos
que escuchaba a los que veía implorar.
Del cielo bajó, entre las blancas nubes
como médico de almas para iluminar.
Y en sus manos, un corazón
destrozado y otro por reparar.
Latía el corazón de piedra,
más negro que rojo, más triste que alegre.
Latía el corazón de humano
más vivo que muerto, más lleno de encanto.
Pues de un soplo divino
le volvió la fe al caído enfermo.
Y las alas del Ángel derribaron
de las mentes carcomidas a las tempestades.