Si te encontrase alguna vez, amada mía,
en el Jordán de mi pecho sumergiría tu nombre,
para llamarte María como a mi hija pequeña,
y también como a mi madre: La Virgen de los Milagros.
Por mucho tiempo de lunas inquietas
vengo buscando tu rostro y tu alma.
Mas, aún no encuentro la fuente de aromas
donde te guardas y te asomas.
Deshilachando caminos, persiguiendo tu existencia,
de casa en casa te busco. No estás o no te veo.
Como un juguete de espumas el tiempo vuela y se esfuma,
se terminan los peldaños entre tu cielo y mi gloria.
Mientras te sigo buscando entre orquídeas y azucenas,
ya es hora, amada mía, que te encuentre y que te mire
con tu corona de estrellas y tus hambrientas mejillas.
Sé que estás. Mas, no sé dónde.
Mis brazos ya mendigan entre brisas peregrinas encontrarte alguna vez.
Me cansa vivir sin amor, sin aliento de un cariño.
Aunque ya viejo y enfermo seguiré buscándote,
aunque los giros del mundo te escondan de mi embriaguez.
Si he vivido sin amor, no quiero morir sin ello.
Que se despeñen montañas, que se clausuren umbrales,
que el mar se vuelva paloma y que el tiempo se termine.
Te seguiré buscando por conocerte siquiera.
Te pondré por nombre María, como a mi hija pequeña.
Y cual a mi madre la Virgen, la Santa Virgen María.