Llámame dulce otoño
con tu cielo de nubes grises
y la brisa fría
que me besa la cara en la mañana.
Yo amo tu garúa matinal
y tus tardes de ventolera con olor a lluvia.
Pareciera que las penas del mundo
se agolpan y se amontonan
sobre las nubes de tu cielo;
y pareciera que se van a poner a llorar
terriblemente
sobre la tierra y sus hijos,
mas, es tu propio viento
el que impide las lágrimas.
Es en la penumbra vespertina,
donde escondidas,
lanzan algunos sollozos
errabundos y casi silentes,
algunas nubes
demasiado cargadas de dolor.
No eres tú, otoño,
el encargado de velar las penas del mundo.
Tu misión es la de enamorar.
Así como entristeces
la imagen de un paisaje descolorido,
alegras las almas de los amantes;
refuerzas el momento íntimo del enlace corporal
y llenas la mente de suspiros e ilusiones.
Haces que los zorzales le canten al amor;
agudizas el trino del colibrí
y repartes
con tus manos de ventolera
las hojas de los árboles
que aman al suelo
que se enjugan en la tierra
y se mezclan, se entrelazan
como dos amantes
de carne
de fuego
y humedad.