Dos tazas de café en el fregadero
observo al abrir los ojos del atardecer
como únicos testigos de lo que pasó.
Recuerdo el frío que me dejaste en el cuerpo
cuando bajaste por el ascensor,
mientras yo te gritaba al mirarte
que no quería separarme,
que no quería verte ir a esa ciudad con mar
tan pronto, sin tiempo a nada...
Se eternizaron tus ojos en mí,
los mismos que hasta hacía horas
sólo eran fantasías de audiovisuales,
se gastaron nuestros labios de comer
besos grandes y pequeños.