Sobre un pedestal improvisado
se agosta sin remedio cada día,
absorbe con su savia mi alegría,
vestigio de un momento ya pasado.
La dejo marchitarse, desalmado;
sin alma me dejó, en su porfía
por hacerme creer que me quería
la mujer que me tuvo enajenado.
Sus hojas, sin nutrientes, ya vencidas,
proclaman que el Destino se ensañó
dejando mis vertientes derruïdas.
Sensaciones de amor que germinó,
con ellas se consumen, ateridas,
carentes del calor que se alejó.