Es ésta una tarde gris, justo como aquella en que te vi saliendo de esa cafetería con una expresión de afán en tu rostro; veo ahora las nubes a lo lejos y recuerdo entonces la multitud tan densa que te rodeaba en esa calle en el preciso momento en que te detuviste a saludar a ese amigo que no veías hace tanto; veo las hojas del árbol que me cobija zarandearse al ritmo del viento, y recuerdo como tu falda se ondeaba y danzaba con él… todo esto me lleva a tu mirada, esa mirada tan profunda pero tan distante, esa mirada que no pudo ser mía.
¡Cómo olvidar esa tarde!, las nubes se hallaban sobrecogidas en el cielo y yo me preguntaba la razón; caminaba por la acera contraria a la cafetería, iba de un lado al otro pues no tenía a donde ir, veía como todos se dirigían a sus destinos, siempre retraídos en su mente, me detuve a comprar un dulce a alguna persona que pasaba por allí, justo en frente de la cafetería.
Fue entonces cuando saliste, tu delicadeza iluminó el cielo por un instante; unos iban y otros venían, y tu, con esa expresión de no querer estar. Caminabas un poco lento, yo te observaba desde la otra acera, perdido entre la multitud, entonces pude ver tus ojos. No eran azules, tampoco verdes o un color miel, aun no defino el color de tus ojos, pero tu mirada, tu mirada si la puedo definir. Tenías un brillo muy particular en tu mirada, un brillo como de ilusión, de esperanza, un brillo que describía cuán hermosa es tu alma; tenías esa mirada perdida en la profundidad de tus sentimientos, ¡Cuánto hubiera dado por estar en medio de ellos!, tenias ese tipo de miradas que no se ven comúnmente, transparente, pura, pero llena de dolor, de tristeza, una mirada que pide a gritos amor.
Tuve muchos deseos de conversar contigo, de saber qué te pasaba, de acercarme y decirte “mucho gusto, tal vez no te conozco, pero me encantaría hacerlo y saber por qué estas tan triste”; pero me abstuve, probablemente ni siquiera hubiese podido acercarme a ti sin que, al mirar mi aspecto, te espantaras, y aún más por el hecho de que un extraño te dijera esas cosas. Pude amarte por un instante solo por tu mirada, quise ser tuyo para saber que eras dueña de algo y te extrañe, aun sin que te hubieras ido, porque sabía que estabas demasiado lejos aunque te viera cruzando la calle.
Tú seguiste caminando y casi al fin de la acera encontraste a tu amigo, ese que te saludó con tanta familiaridad a pesar de que no se habían visto en tanto tiempo. Lo miraste con esa necesidad de hablar, de contarle al mundo lo que estas sintiendo, pero cuando él te preguntó: ¿cómo estás?, lo único que pudiste balbucear fue: “bien ¿y tú?”; y de nuevo te quedaste en silencio. Cruzaron un par de palabras más, se despidieron y cada uno siguió su destino, él continuó por el camino que llevaba y tú seguiste con tu mirada perdida en la necesidad de hablar.
¿Cuántas personas pasaron por tu lado ese día? ¿Cuántas pudieron ver lo que escondía tu mirada? Si yo no fuera lo que soy, emprendería mi camino en búsqueda de tu mirada para saciar tus ansias, pero en este preciso instante, bajo el árbol que me cobija, con las nubes como techo de mi hogar, no tengo siquiera un camino que seguir.