Bienaventurado el hombre que como yo, goza del sermón diario de tu dulce boca, que con la inteligencia que te caracteriza como mujer vuelves un tema o dialogo la canción más temeraria que mis oídos quieren escuchar.
Dichoso el hombre que como yo, aprende que nuestras manos sirven para sostenerte y abrazarte cuando vienes en estampida y no solo para manosearte pensando que la fuerza de tu llegada es por el deseo que creemos que inspiramos.
Bendito el día en que me tropecé con tus caderas y cintura, el día en que tu cabellera de mujer me atrajo como si fuera magnética y yo un simple clavo que se dejo llevar.
Agradecido, porque más que un día de vida, es un día de exhibición de tu rostro, es un día donde en esta vitrina llamada tierra eres el maniquí más hermoso y yo el peatón, que de paso, añora tenerte.
Extasiado de los problemas que le dan sentido a cada segundo que planifico con errores, riendo y viendo tu amargura que destapa en ti la sonrisa más sincera y tardía que me hace amarte.
Los cambios de humor, y los kilos que suben y bajan, los días en que me quieres y los distintos en que me odias, los momentos en que me abrazas y los muchos en que me hablas, los días en que lloras y todos estos años en los que amas.
Bienaventurado el hombre que ame a una mujer sabiendo que su condición de hombre lo hace minúsculo e insignificante, cuando descubre que en compañía de una dama todo lo que exprese su piel y su alma, es una experiencia divina que vivida día a día, nunca se podrá explicar.
Te Amo.