No siento un número por edad,
ni una conciencia que se tiente a madurar
porque desconozco el límite de la inmadurez.
Yo me debo a mis instintos e impulsos,
porque son lo que soy,
y me ayudan a distinguir entre el bien y el mal,
aunque a veces se descentren,
aunque siempre me limiten
a vivir más que a soñar.
Me debo a mis ideales,
y a cuidar de los que aunque no son yo
vienen de mí,
sin querer escoger un camino
que me encasille en su ruta,
y elijo a veces mejor no avanzar,
y desmembrar frases ya dichas,
y decir lo que no se ha escrito;
recorrer de derecha a izquierda,
los espacios entre las comas y los minutos,
y alimentarme de ellos,
como de quien allí se encuentre.
Y seré lo que quieran que sea,
que crean que dejo de ser yo,
para llevar el vestido de otro....
cambiando algodón por seda.
De veras no siento que deba cambiar,
ni sembrar nuevas flores en viejas tumbas,
ni llenarme de pautas enjutas,
ni aflorar sentimientos cargados de esperas,
ni remordimientos que me sentencien
a simplemente volver a amar.
Yo quiero darle vida a mis células muertas,
Renacer de lo claro de mis falencias,
Y ahogar en incienso mi eterna infancia.
Que me juzguen quienes me aman,
que me olviden quienes me acusen,
que me llamen los que recuerdan
que un día tuve un nombre para llamar.
No siento un número por edad,
ni una conciencia que me ahogue
por hacerme madurar.