Los caminantes del desierto en sus viajes encuentran un pozo de vez en vez.
Son necesarios los pozos para la supervivencia, pero difícilmente se ven
¡Cuánto se disfruta del agua cuando hay mas sed!,
¡Cuánto se valora un pozo cuando ya casi se pierde la fe!
Quien tiene sed, desprecia a quien desprecia el agua y la malgasta.
Quien nunca valora su agua, acaba por aburrirla de forma nefasta,
buscan otros placeres líquidos, que acaban por darle sed de lo renunciado.
El caminante que empalaga su boca, del placer embriagado,
¡Agradece del agua limpia cuando sacia su sed,
purifica su alma y su garganta, recuperando la sensatez!
El caminante necesitado de un remanso para sembrar sus semillas
busca un pozo para cuidar de sus ovejas reposando en las orillas
pero si no cuida su pozo acaba por perder toda su agua,
persiguiendo infinitamente una fantasía ilusionada.
Un pozo agotado no puede saciar la sed de nadie, se vuelve lodo
¡Los pozos son escasos en el desierto sobre todo!
El hombre errante, labró los canales que lo alimentan,
para que el agua siempre fluyera fresca,
ya que el agua puede ser escasa o abundante…
eso depende de la constancia y la inteligencia del caminante.
Un día antes de morir, el caminante se asomó dentro del pozo,
mirando su cabeza reflejada en el agua preguntó a su esbozo,
-¿Quién eres?- Y un minuto de silencio inundo el hueco...
Repitiendo continuamente contestó el eco:
-Soy el que cuidó de un pozo llamado amor-
Miguel Eduarte