Subía el sol hasta el último tejado
y bajaba su lumbre a cada sala;
cual un pájaro de fuego se posaba
en cada techo humilde y miserable.
Subía el sol para cantar secretos
y susurrar las notas de su fuego.
Jugaba con los niños en los patios
y de ellos tostaba sus últimos mohines,
hablaba el sol con los ancianos lentos
y secaba el maíz para alimento,
los maníes y la soja blanca
¡No sé yo que mágicos enredos...!
Acompañaba en su llanto al que ha caído
en el juego brutal de los muchachos;
acompañaba a aquel niño que solo
rompía palitos y gemía;
acompañaba a la muchacha inquieta
que arrebolada y quinceañera hacía
de sus vestidos doblegadas muestras
y dobleces coquetos en sus corpiños.
Besaba la entrepierna adormecida
de la dama cantora que encorvada
los cereales (bien o mal ) molía,
e iluminaba telarañas viejas
que en las viejas paredes se inmolaban.
Ahora el sol subió su tono rojo;
con más fuego y calor llega a ese pueblo,
pero no hay nadie, ni siquiera un rastro
de esas personas que ahí antes vivieron.
Tan sólo quedan olvidados trastes
que el tiempo se encargó de esos despojos.
Y las casas fantasmas van cayendo
con el vértigo plomoso del olvido.
La bulla y los murmullos se aplacaron
y toda esa gente habrá migrado ...
o se habrá muerto.