La dama de la bruma, casi elfa, iba en pos de la luz.
Ella, que siempre se movía entre sombras, neblinas y calinas.
Ella, cual Diana cazadora, buscaba el ardor de un sol para atraparlo en su cuerpo, y adormecerse y descansar al calor de sus brazos.
Ella, que reinaba entre el humo y la frialdad, rebuscaba como poder ser súbdita en el reino diáfano de la calidez.
Había recorrido tierras cercanas, lejanos parajes; pero siempre precedida por su opacidad, creaba confusión, quizás hasta temor.
Algunos intrépidos habían osado adentrarse en su reino. El frío inicial no les había amedrentado.
En busca de nuevas aventuras habían persistido en sus andanzas, llegando a vislumbrar una pequeña luz, un pequeño fuego en el interior de la dama.
Más cuando ella creía que, la yema de sus dedos, alcanzaba a rozar ligeramente el preciado tesoro que su alma anhelaba, la bruma, su reino, lo embargaba todo.
Muchos otros habían sentido la atracción del misterio de lo desconocido, lo arriscado; la seducción de lo inconquistable. Más las primeras densas capas de tinieblas que los recibían los amilanaban.
El primero que había conseguido atravesarlas llegó a otorgarle, por un tiempo, el conocimiento de lo que podía ser la efervescencia del afecto.
La pequeña llama del interior de la dama de la bruma, al estar al rescoldo del intrépido caballero, prendía con fuerza.
Ciertamente valeroso, podría haber disipado la niebla perpetuamente; pero probablemente temeroso, tenía pavor de perderse en ella. Por eso fue que ella le abandonó, en un pantano de amor, a su suerte.
Sin embargo, aquella flama, había dejado huella en el noble corazón del caballero; por ello, pese a la lejanía, siempre tenía un bello recuerdo para ella; y un lazo fuerte y resistente elaborado de amistad los unía.
La dama de la bruma seguía deambulando de acá para allá, en busca de su afanada utopía.
El siguiente osado, pensó la dama que podría conseguir tal objetivo. Aparentaba ser valiente, decidido; capaz de aportar la suficiente calidez para abatir toda niebla.
Pero resultó ser un falso unicornio. Y el cuerno que debía haber curado viejas cicatrices, solo sirvió para profundizar más en ellas;, para crear nuevas heridas más insondables aún.
Aquel unicornio apócrifo sólo había buscado a la dama por su apariencia élfica; por afianzar una mentira que él mismo intentaba creer.
Ella después de aquello, se sintió lastimada en su fuero más íntimo. El capcioso unicornio desapareció, cuando ella entre su bruma le devolvió su imagen real, con la cobardía que viste a los farsantes; negándole hasta el don de la simple amistad.
Había empezado a prosperar en ella, la dama de la bruma, la sospecha de que nunca llegaría a vivir en su totalidad el calor.
Muchos nuevos curiosos llegaron hasta ella; que temiendo que la pequeña flama de su interior acabará ahogada, no quiso exponerla a nuevos riesgos.
Seguramente, había un caballero capaz de hacerla salir de aquellas tinieblas que siempre la cercaban, y la flama debía persistir hasta ese término.
Así fue como, cuando menos lo esperaba, surgió de la nada un mago. Como no había pensado en ello? Un mago era lo que necesitaba.
Alguien que con sus hechizos, a golpe de varita, diluyera toda bruma, toda sombra, toda neblina, cualquier calina, de su existencia.
Aunque la experiencia, las heridas curtidas en el campo de batalla de su incansable búsqueda, habían aleccionado a la dama; no quiso dejarse llevar por la emoción del descubrimiento, debía ser cauta.
El mago además de dañarla nuevamente, podía con su poder apagar por completo la llama.
Más él fue requerido en un lejano país, debía acudir sin posible negativa a la llamada.
De nuevo la dama de la bruma quedó sola. Pero esta vez existía una ventaja, el mago no necesitaba estar junto a ella para mantener prendida la flama. Y ella había aprendido la lección de sus experiencias anteriores: esperar lo que no depende de uno mismo, es pura desesperanza.
Por ello, la dama de la bruma intentó encontrar parajes más cálidos que poco a poco aliviaran las brumas.
Cuando el mago insuflaba vida a la llama desde su lejanía, así, se encontraba en un clima favorecedor para que el calor se mantuviera por más tiempo.
Quizás así, y sólo así, llegaría el día en que las brumas desaparecieran y quedara tan sólo la dama.
ESCRITO POR NOA