¡Cómo lloran los cristales de mi cuarto,
mojando la calle y el cielo!
Desde un sillón de la estancia
contemplo el llanto, sin ecos,
y el trueno –eterno gemido-
escribe en mi pluma
el impulso de otro poema.
El relámpago lejano
fotografía imprudente
mis palabras de papel,
destruyendo el negativo.
Ya no lloran los cristales:
el viento sopló en mi ventana
y por la calle y el cielo
sigue el llanto de la tarde.