joaquin Méndez

Sigo lamiendo su vientre y su ombligo

 

 

Vagaba sin rumbo fijo  de acá para ya, se sentó en una nube azul celeste y se quedo pensativo, no podía apartar de sus pensamientos a su bella amada, la que había sido el porqué de su antigua vida,  la que lo había llenado todo, la que fue todo para él.

 

Ella había sido la causante de su desgracia, desgracia, bueno según se mire,  pues la verdad que allá tampoco se estaba tan mal, podía volar de nube en nube, veía la tierra desde arriba y desde la tierra no lo veían a  él, era una ventaja que no todo el mundo tenía, pero a él lo que le preocupaba era  que veía a todos sus amigos, a toda la gente ,  pero a ella que era quien le importaba no la veía, ¿Dónde estaría? ¿Que habría sido de ella?  ¿Por qué no la veía? ¿Qué habría sido de su amor, de su gran amor?

 

De pronto sintió como un aleteo suave y dulce, un aroma conocido para él, tenía  que estar muy cerca quizás detrás de él, cuando volvió la cabeza para mirar se quedó de piedra, ¡¡¡era ella, sí, era ella!!!  ¿Qué estaría haciendo allí?, ¿Si la había dejado en la tierra y además muy enfadada?  Ella se posó  en la nube y lo abrazó con tanta fuerza que por poco si le rompe un ala.

 

Pero él no se quejo  la afianzo contra su pecho al tiempo que su amada le decía: -Perdóname mi amor, perdóname por haber dudado de ti, perdóname por haber destrozado este bello amor, pero no te preocupes cariño que ahora lo vamos a vivir eterna mente, empecemos.

 

Y los dos se escondieron en la nube donde hicieron el amor una y otra vez, donde se amaron como locos, como si fuese la primera y la última vez.  Él le susurraba al oído. Amada mía veo que merece la pena haber muerto  por ti, pues ahora solo nos dedicaremos a nosotros aunque seamos egoístas, pero quiero darte todo lo que antes no pude darte. Y se metió los pechos de ella en la boca succionando una y otra vez, sentía los jadeos de su bella dama y se sintió el hombre más feliz del más allá.

 

Siguió lambisqueando su vientre su ombligo, bajó, bajó y bajó, hasta encontrarse con la manzana partida por la mitad y allí se de tumbó para esforzarse a taponar  la hendidura ardiente como la lava del más erosionado volcán. Ella jadeaba,  jadeaba, se retorcía,  su vientre se contraía de tal forma que se curvaba como el más flexible de lo los cuerpos, como una contorsionista, que se esfuerza en hacer su número con el más absoluto éxito.

 

De pronto comenzó a temblar y gritar, gritar, gimiendo,  gimiendo, hasta que su volcán erosionó invadiendo su raba, todo los atributos de su amado al tiempo que se abría para recibir la lava de su gran amor. Santo Pedro que los vio y los oyó, le reservó el rincón más mágico del cielo,  para que siguieran arrullándose.  

                                       FINAL.    

 

                    AUTOR: Joaquín  Méndez. 17/01/2011