RICARDO ALVAREZ

EL FUEGO Y LA HOJARASCA

 

Después de los golpes y el terremoto,

los huesos rotos en sacudida,

fue el  desgarro de tendones en la frontera

de la Pampa nuestra. La Pampa arrasada, y

el sur desolado donde la espina salvaje del civilizado

chorreó la gota roja de los ríos arteros, donde el Rankul se bañaba.

 

El viento olvidó el soplo ante la capucha y

el antifaz de la blanca rosa goteó su secreto  de lágrima.

Antes de la soberbia llegó el ojo mísero, y

cuando se partió el cuello al cisne envilecido

con la mano  de cobre del guerrero Patagón,

de los océanos subió el tesoro de la codicia pirata.

Del reino idólatra del poder se abrió la hoz y la guadaña

El suero del llanto se consumió en el lago del desahogo, de tanto exprimirla.

 

Se fracturó la cultura Tehuelche, el ojo ávido del Guaraní se secó.

La tierra se cegó de pluma y de hierba

El Ona se hundió en el abismo de la ciénaga con su  inmenso pié descalzo

Del sembrado del Quechua quedó solo rastrojo.

La mazamorra se hizo con el agua turbia y el chipá sabia a sal de mar muerto.

El caballo del Wichi fue codicia del pillaje, y el desierto azotado se inundó de mortal silencio.

De la escalera norteña del Toba quedó solo un peldaño.

Entre la cordillera y el mar, el cóndor andino se congeló de humedad.

¡ No se pudo hacer nada ¡

Cuándo la flecha del destino vestido de blanco armó el arpón de punta a clavarle la sangre al lenguaje, el idioma se anegó en el barro teñido de sangre.

La ancha vena del corazón se sacudió y en la sesera explotó como volcán desparramado

En el desierto llamante de Roca y su campaña

se quemó la raíz del árbol nonato por la imperial orden de las vías del ferrocarril.

Y la salvaje hermosura indígena se quedó sin ojotas, y

del camino ritual del indio caminando sobre las brasas

sólo quedó la ceniza del ascua apagada.

Cuando vi la hojarasca, no como osamenta inútil del vestido del árbol despojado

Sino como fuego de una pira, una hoguera que encendió el cubículo de mis ojos.y la ancha vena de mi corazón se sacudió

Entre las cruces del hombre elegí la de la memoria,

para que el trueno y el agua no la borren del planeta.

Puse al fuego a la soberbia, no al soberbio,

Arrojó pestilentes pesares ocultos bajo la piedra de los dolores humanos

y la tierra de los osarios donde se revuelcan los gemidos no escuchados

del hombre dormido y en vela,

bajo la gleba de la tierra, desde el tiempo de antaño.

de la época del fuego con la piedra, donde anduvo el venado tierno

con los ojos dorados del trigo, y la sombra del prado como testigo de la historia.

En el estambre verde de la hoja de la avena.