(Para Irene Gomis, “escritora” de colores, con todo mi afecto)
Abandonarse y perderse en el mundo de la emoción,
en ese momento presente inventado de ilusión;
dormirse en el mar placentero dejándose mecer de sus olas
que como ellas son recibidas con los ojos cerrados,
y que también saben a sal de una gloria desconocida;
y que se sienten vivas como tu palabra aunque no se oiga;
y que calman y callan todos los males,
y que ponen paz donde la guerra,
alimentando la esperanza del que espera;
el oficio de escribir, el de sentir y el de soñar,
el de morir una vez más para volver a despertar.
Palabras que se visten de versos y llaman a tu puerta,
que esperan otra mirada, otra sonrisa,
otro cómplice misterio que te devuelve la vida;
palabras que invaden los espacios llenándolos de magia,
que hablan de ti y te pintan para que te vean y te sientan;
palabras, manos de aquél que en los silencios vive y también muere,
del que recoge y dibuja sus lágrimas
para que veas su conmovedora belleza;
del que sueña despierto, del que marchó… y llegó.
El oficio de escribir,
el que se aprende sentado frente a cada amanecer,
el que llega con el viento y te enseña a hablar con la Luna;
el que te muestra la verdad que aún no conoces,
el que te lleva más lejos que ninguno,
recorriendo el más corto de los viajes.
El oficio de escribir,
el que nadie me enseñó,
el que quisiera aprender para poder decir,
aunque sólo fuera en el silencio de mi último momento,
que pena más grande la mía, no parar de sentir… y no saber escribir.
(Jpellicer)