Anoche asaltaste la fortaleza de mi indiferencia
emprendiéndola a golpes con el ariete de la tristeza,
abriendo así una brecha en la puerta de mi adormecida consciencia
para saquear el botín de mi perdida inocencia,
obligándome a capitular.
Dime por qué, voluble memoria, me traes entre sueños su aciago recuerdo
ahora que ya casi me había olvidado de ella.
Dime por qué te gusta tanto mortificarme con pensamientos
que nada bueno me pueden deparar.
En nuestra réproba naturaleza está el hurgarnos las heridas,
y cuanto más nos levantemos la piel, tanto mejor.
Sarna con gusto no pica, dice el refrán
–siempre me ha gustado la paremiología–.
Decimos que ansiamos ser felices, pero es mentira.
Cochina mentira.
Si fuera feliz, creo que me suicidaría,
porque ¿cómo aceptar que he cumplido todas mis expectativas,
que he tocado techo y que ya nada más puedo esperar?
Necesito renovar constantemente el panal de mis ilusiones
para endulzar mi vida con nuevas metas y ambiciones
y así alejar temporalmente de mi cabeza la idea de que nada tiene sentido,
de que vivimos en un continuo error
y de que es inútil seguir adelante cuando no hay nada al final del camino,
sólo vacío, vacío y más vacío.
Sólo con dolor nos sentimos vivos.
Sólo con dolor nos sentimos libres para elegir seguir sufriendo.
Si no tuviéramos nada de que dolernos, lo inventaríamos.
Después de todo, ¿no inventamos ya a Dios?
© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.