A Sophie
Háblame en tu idioma, sea cual sea.
No hay cuerpo que se mueva a nuestro ritmo.
Déjame tendido y sin tus versos,
que ya (lo siento) me haces falta.
Me declaro un extraño hasta saber de ti,
toma el tren, viajemos a París:
no habrá otro propósito que ser uno del otro.
Es mejor así: tú no te enamoras,
yo no me apasiono
(¿a quién vamos a contarle esta mentira?).
Aunque es cierto,
es mejor así para el fantasma de tu amor
que quedará después de mi partida.
Ni para ti, ni para mi
se extinguirá el perdón en la mirada,
ni quedará exento el beso.
Respiraremos el mismo aire de invierno,
lentamente, tiernamente:
no hay más prisa en este, nuestro tiempo.
Tú eres fría, yo pretendo serlo
y me equivoco siempre,
me equivoco.
Tú no eres fría, eres distinta,
y no hay día que no empiece entre tus dedos.
Te llamé Sofía,
y comencé por pretender estar tranquilo,
ajeno a ti,
siendo el rumor de una verdad
que me dijiste a gritos (o a sonrisas):
nada, pero nada es par hasard.
Y yo empiezo a creerte
(y yo empiezo a crearte).
A veces te creo todo,
a veces te creo toda,
a veces eres todo,
y a veces eres simplemente
una canción que se repite en mi cabeza
a todas horas.
Carlos Alcaraz
6 de Noviembre de 2010
Lyon, Francia.