Para saber de amor
no es necesario
haber sido el galán de cuatrocientas mujeres diferentes
ni haber hecho la guerra en un prostíbulo,
para saber de amor
es suficiente
sentir a los cincuenta la misma turbación que te embriagaba las venas
a los catorce años,
vivir
como viviste
aquel atardecer cerca del río
medio desnudo,
apenas
entreabiertos los ojos, impacientes las manos
y el mundo transformado en una fruta prohibida.
Y sobre todo
para saber de amor hay que dolerse,
ser ola y cormorán,
paisaje y niebla,
vomitarse el aliento,
y si es de noche
dejar que las ciudades se ahoguen nadando en sus bombillas.