¿Por qué será que no tenemos permiso de admitir que hicimos las cosas bien?
¿Por qué no podemos sentir orgullo de nosotros mismos?...
Pareciera que un dios envidioso e inseguro,
al que no le gusta que se le igualen,
nos estuviera vigilando.
Si tal es el caso,
la verdad señores,
lo único que puedo hacer
es recomendarle a ese tal dios
que también él se dé el permiso
de sentirse grande.