Tu cabellera dorada ilumina los tortuosos campos de Hades.
Me guías cual Eurídice a su Orfeo,
quien perdió
con cierta amargura,
la fe en aquella pasión
que a la locura llevó.
¿Acaso estaba tan ciego que ahora la luz que veo
se tornaba en temibles tinieblas para mis sentidos?
Abro los ojos; me duelen al contemplarte.
Resplandeces cual extraviada estrella
en una noche donde sólo tú te hallas.
Intentas hablar, pero oigo música salir de tus labios.
¿Acaso mi locura es tanta que estoy contemplando
a la divina Venus emerger de las espumas rumoreantes?
Sin duda de los eternos y fragantes rosales que
del olvidado Paraíso perteneciste y escapaste.
Tus labios el carmesí mantienen,
al igual que la terciopelada piel que posees.
¿Acaso debería extrañarme al llamarte como
aquella estrella hebrea que se encuentra
más cerca de su Creador y que es sinónimo de belleza?
Mis palabras muestran en tu tersa cara la sempiterna
sonrisa de una dicinueveañera que inicia su vida.
Aquella niña que decidió cubrirse y ocultarse
cual crisálida
para convertirse en mariposa de alas arcoíris.
Ahora la Niña-Diosa se aleja para celebrar sus abriles cumplidos.
Ríe, canta, disfruta, baila;
el tiempo ha decidido no existir hoy.