Se llama Muriel le tiene enloquecido desde el día que llego a trabajar en la empresa.
Ya no duerme ni come, no entiende lo que le pasa; tampoco es una belleza y a él no le faltan mujeres, pero ella es diferente, más compuesta, más seria, más fina.
Cuando sonríe su rostro se ilumina naturalmente sin coqueteos como otras empleadas. Una cierta aura de misterio la rodea, no habla mucho de ella, escucha más bien. Él, ya tomó la decisión de seducirla, conquistarla.
Muriel está sentada en su despacho absorbida en unos papeles, los dos están solos en la oficina.
Juan la mira fijamente no puede apartar los ojos, se la acerca despacio y le aprieta los hombros tan fuerte que Muriel se queda sin aliento. Enrojece, turbada no esperaba sentir el cuerpo de Juan tan cerca, tan pegado a ella.
Se estremece no sabe que pensar, respira hondo, trata de calmar el temblor de su cuerpo.
Él la atrae hacia si haciéndola perder el sentido de la realidad, siente un mareo, es como si flotara en una neblina.
Los labios de él se acercan a los de ella, puede percibir su aliento, casi no la toca pero ella percibe un calor intenso irradiar por todo el cuerpo.
No quiere moverse, la sola proximidad de Juan es para ella como una caricia intima.
Cierra los ojos, de pronto siente la lengua de el penetrarle la boca, la devora como un hambriento.
Sus ojos ardientes la quemaban, quieren poseerla completamente dejarla sin aliento.
Desliza sus manos hacia los senos, los pezones se yerguen, hunde el rostro entre los senos, los besa, mordisquea los pezones los succiona, los lame.
Eso la enloquece, la sangre le arde, es como si una hoguera la penetrara, siente el fuego apoderarse de ella.
Quiere tocarle, le acaricia los cabellos, enreda sus dedos en ellos, le toca las orejas
que se enderezan de placer. Él la estrecha más fuerte contra su cuerpo.
Su sexo erecto encuentra el vientre de ella, empujando como si le quisiera penetrar.
Le rodea las caderas y aprieta sus nalgas contra su miembro con firmeza insistencia.
Los dos sudan, jadean, el sigue deslizando los dedos en las bragas, encuentra su húmeda intimidad, acaricia los labios hinchados, el clito, sigue haciendo círculos con los dedos penetrando más profundo.
Las piernas la tiemblan, se besan hondo, enredando sus lenguas con furia posesión.
Muriel se atreve a hacer lo que nunca hizo, pone su mano sobre el sexo erecto de Juan, le acaricia, le rodea con los dedos subiendo y bajando hasta hacerle gemir de gozo.
Su miembro en fuego busca la intimidad de ella que se abre como un botón. Con movimientos de vaivén la penetra lento, muy lento haciendo durar, durar el momento sublime.
Sus corazones laten con fuerza, la lleva donde nunca estuvo, al límite del placer de la pasión. Sudando, gimiendo, jadeando, estallan los dos en unísono como un volcán en erupción.
No quieren separarse, se quedan unidos largo tiempo, se encontraron, se conocieron, es solo el principio.
Merche DemBar
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