Qué pequeña soy
ante la impavidez de no saber de ti
Y seguir esperándote…
Que diminuta soy
en la orilla de las divinas aguas
donde la severa soledad
danza sobre la orfandad
de mis entrañas de mar.
Que insignificante es mi bote
ante la gris guerra del corazón
que siempre pierde las batallas…
Que reducida es esta ventana
donde ya no canta el aire cantor
Y si la lluvia de la muerta sabe entrar.
Se filtra quieto el silencio de las olas
Y late tan lejos la mar…
En mi cuerpo un segador
arraso con los tulipanes
de la tierra de la nada,
porque eso fui ..nada
Y que minúscula soy
cuando el fin de los sueños llega
Y el mal me envuelve tan temprano
vestido de amor y cerrando sus alas.
Venid y mirar cómo se helaron las noches
Y el miedo aparece desnudo
entre la historia de aquellos ojos de piedra
Donde plante mi fe.
Venid y regocijarse
Sobre mi pequeñez.
Ya no soy la vigorosa labriega
que sembraba estrellas
en la seda de cualquier mirada.
Antonia Ceada Acevedo©